ÉL
Ahora.
Me meto la mano en el bolsillo
Cojo la granada y de repente...
SONIDO DE BOCINA. FRENADA BRUSCA. LOS PASAJEROS GRITAN A CORO. Soy lanzado hacia delante. Caigo sobre una montaña de cuerpos. El pánico se instala. Me tiran, me empujan, me rascan, me patean. La granada sale de mi bolsillo y va dando vueltas hacia el suelo bajo un asiento. Intento librarme de tantos brazos y piernas. Me arrastro bajo el asiento y estiro el brazo para intentar alcanzarla, pero un pie me aplasta la mano derecha. La granada se mueve hacia fuera de mi campo de visión. Intento levantarme, pero me vuelven a derribar.
–¡No empujen que todos vamos a bajar en esta parada!
Entonces se abren las puertas y la gente empieza a bajar. Por fin consigo ponerme en pie y la multitud me empuja y me saca por la puerta. Intento volver a subir al autobús, pero la policía ya está haciendo su trabajo y me interceptan.
No puedo insistir. Arriesgarme a punto de que me descubran antes de tirar de la anilla.
Y ahora ya se ha montado otro circo.
Es mejor posponerlo.
Detrás de las cabezas que forman el círculo de curiosos puedo ver a la persona atropellada.
Caído, con la mitad de su cuerpo en la calle y la otra mitad en la acera. Un charco de sangre alrededor de su cabeza.
¡Parece muerto!
Una buena escena de película, aunque bastante melancólica
Otra simple muerte accidental
Sin propósito
Un capricho del azar
Una pequeña violencia
Como tantas otras
Cotidianas
Silenciosas
Nada comparado con el poder de aniquilación del que somos capaces
Inventamos la guerra para tener dignidad en la muerte
Grandeza en la muerte
Para sentirnos con el poder de Dios (de algún Dios) sobre la vida y la muerte
Y para la guerra necesitamos enemigos.
De ese otro que no es nuestro igual
Alimento para nuestro odio
La válvula a través de la cual crece y se dirige nuestra violencia
PASANTE 3
Las enfermeras parecen haber salido de una cámara frigorífica.
¡Procedimiento estándar!
–¡Qué dolor siento!
ENFERMERA
Pero eso es muy normal. Pasa señor que usted fue atropellado por un autobús. Incluso podría haber muerto. Tuvo más suerte que prudencia. Hay que tener más cuidado al cruzar la carretera. Pero no te preocupa, ya está medicado. En un rato el medicamento hará efecto y usted dormirá.
PASANTE 3
Cierro los ojos y otra vez ya no estoy aquí.
Voy a cruzar la calle pero el semáforo se pone verde.
BOCINA. EL SONIDO DE UN CHOQUE SECO.
Salgo volando por los aires y me golpeo la cabeza contra el bordillo.
Corro a ver mi atropellamiento.
Recojo mi cuerpo del asfalto sujetando mi cabeza.
Contemplo mi cara y veo el rostro de una mujer muerta.
–¡LA MUJER DE LA ESQUINA! ¡FUE ATROPELLADA!
Alguien corrió hacia la casa de mi familia y advirtió.
Yo, un chico con pantalones cortos
Corro junto con otros vecinos y con la tía que me cuidó a mí toda la vida
En la esquina, el cuerpo de la mujer que todos en el barrio despreciaban
Y a quien tantas veces insultamos
La puta de la pobre casa de madera de la esquina.
Allí donde recibía a sus clientes.
Incitados por los comentarios airados y los desprecios de los vecinos, de las amas de casa temerosas por sus maridos,
otros niños del barrio y yo subimos al tejado de un edificio y desde ahí lanzamos piedras, a veces bolsas con orina, en el techo de la mujer libertina.
A veces vigilamos por la noche y cuando un hombre entra en la casa vamos allí.
Nos acercamos a la casa pie a pie, nos pegamos a las paredes y nos quedamos escuchando los gemidos de placer y disfrute. La risa suelta y sonora de la mujer pareció desafiar aún más al vecindario. Era una puta y era feliz.
Ahora está muerta frente a mí.
Nunca había visto su cara.
La imaginé de muchas maneras pero nunca así cubierta de sangre.
De repente, siento una gran tristeza, una lástima inexplicable.
–¡Tan indefensa, tan frágil!
El hombre que la atropelló se dio a la fuga y casualmente nadie anotó la matrícula.
Algunos dicen que fue un accidente, otros que fue la venganza de una mujer traicionada.
Lloro de vergüenza de mí mismo.
De nuestra cobardía, de nuestra falta de compasión.
Lloro porque no hay vuelta atrás.
Días después ya nadie habla de ello.
No tarda ni un mes y la vieja casa de madera es derribada,
se la borran de nuestra vista como una mota de suciedad que ha sido removida.
Y ahora en su lugar, en mi memoria, hay un terreno baldío donde crecen arbustos y malezas.
ÉL
Los policías nos hacen retroceder para la llegada de la ambulancia
No tengo nada más que hacer en este lugar
No sé dónde ir
Pero sigo caminando
Estoy por el centro de la ciudad
Dentro del enmarañado de edificios los coches la gente humo vallas publicitarias
Me veo hundiendo como en un mar embravecido
Y yo sólo soy otro cuerpo flotando sin rumbo
Como un pedazo de madera podrida, que queda de un naufragio
Sólo soy otra cara fea anónima, triste, cansada y enfadada
De pie esperando el autobús
Sentado en el parque jugando al ajedrez
Bebiendo aguardiente en algún antro
Extendiendo mi mano para pedir una moneda
Cantando, bailando, vendiendo CDs
Mirando por la ventana de la 15ª planta de un edificio
Encerrado en un piso solitario
Destilando mis penas
Rumiando mis frustraciones, mi odio
Esperando mi momento de rabia
Y mis “15 minutos de fama”
Soy el reflujo de este mundo en el que me ahogo
Vómito de anuncios y luces de la ciudad
Soy una herida abierta en nuestra carne común
Pero que ya no duele
Las noticias que llegan a la red
La preocupación en los aeropuertos
Soy la otra cara que no se ofrece y que será la portada del periódico de mañana
Y el papel que envolverá el pescado pasado mañana
Y el día después
Nada en absoluto
Olvidada
Perdida para siempre
Entre fragmentos de estrellas
Remolinos en el polvo del viento
(Fragmento de Pequenas violências silenciosas e cotidianas –Pequeñas violencias silenciosas y cotidianas–)